El abogado fuera de la zona de confort

28 de Enero de 2015

Este post no va a tratar sobre ninguna materia jurídica, ni sobre sentencias o cosas así. Eso, en otro momento.

Este post va a tratar sobre el ejercicio de la abogacía, sobre actitud, sobre la zona de confort y la necesidad de salir de ella para avanzar profesionalmente.

En cualquier ámbito de nuestra vida existe una serie de cosas que hemos aprendido a hacer, que sabemos anticipar, que controlamos. Nos movemos cómodos en esa parcelita. Sabemos que más allá existe un campo, un mundo por descubrir. A veces nos motiva hacerlo, otras no. Demasiado riesgo para un resultado poco probable. Estudiar sobre un ámbito que nos es desconocido por completo es uno de esos supuestos. No estamos dispuestos a asumir un asunto sobre una materia que no controlamos al cien por cien.

Para descubrir ese mundo, esa terra incógnita, tenemos que saltar el muro de la parcelita y, con los muchos o pocos conocimientos que tengamos, válidos para nuestra zona cómoda, intentar defendernos en esa zona nueva. Más que con los conocimientos, con las estructuras de pensamiento, con las estrategias de análisis de los asuntos.

Acostumbramos a valorar las situaciones, a predecir los resultados o las consecuencias empleando el enfoque que controlamos, desde el que las cosas nos son reconocibles.

Imaginemos: se nos presenta un asunto de los que solemos controlar y el resultado previsible del mismo es negativo para el cliente. En una situación así, podemos hacer dos cosas, la fácil y conocida, la que supone poca complicación, y que consiste en decir: mire usted, esto no se puede hacer, o esto está perdido.

Pero también podemos intentar abrir el ángulo de mirada.

Veamos.

La naturaleza nos muestra que las cosas pueden verse desde ángulos diversos y lo que veremos será radicalmente distinto, aunque sea la misma cosa.

Así, si miramos una montaña desde su cara sur y comparamos lo que vemos con lo que veríamos si miráramos desde la cara norte, claramente veremos que las pendientes no son las mismas: aquí hay una pared de roca de las que sólo se pueden escalar con buen equipo, allí, en cambio, hay una senda sinuosa pero que hace cima; aquí tenemos un bosque, allá una pedrera. Conozco gente que ha subido muchas veces la misma montaña siempre desde el mismo lado, y nunca se ha preguntado cómo sería hacerlo desde la otra cara. También he escuchado alguna vez a alguien decir: no sabía que esto se pudiera subir desde este otro lado.

El deporte es un ámbito en el que la zona de confort y la necesidad de salir de ella para progresar se ve claramente. Un corredor que quiera ir más rápido o más lejos tiene que arriesgar: plantea un reto, pone todo su esfuerzo, y es consciente de que quizás no lo logre, pero, al mismo tiempo, sabe que no lograrlo siempre será mejor que no intentarlo.

En ocasiones se plantean retos de, a priori, muy poco probable éxito.

Cierta ocasión una persona que conozco quiso correr una carrera de montaña por los Picos de Europa, en Asturias. Llevaba cierto tiempo corriendo pruebas de distancias más o menos largas, estaba entrenado, o eso creía, y se sabía capaz de afrontar un reto. Había dos circuitos, uno de cuarenta y dos kilómetros, y otro de cien. Del grupo de amigos, todos más o menos del mismo nivel, un grupo apostó por la distancia larga, por poner toda la carne en el asador, incluso sabiendo que, por una cosa o por otra, podría suceder que no pudieran terminar la tirada, por mucho que se prepararan para acometer ese reto. El otro grupo optó por asegurar, por realizar el trazado corto, que era familiar y conocido.

¿Qué pasó? Pues que, efectivamente, los que no salieron de su zona cómoda terminaron, como era esperado, y los que apostaron por el más difícil todavía no pudieron concluir en tiempo el trazado, siendo obligados a abandonar cuando habían recorrido setenta y cinco kilómetros.

¿Quién perdió? ¿Quién gano más?

Los que terminaron el trazado corto hicieron lo que ya sabían, y lo hicieron bien. No mejoraron, tampoco empeoraron. Pasaron un gran día, de hecho. No perdieron. Ganaron y vieron reafirmada su decisión. Hicimos lo correcto, pensaban. Era una locura intentar el otro trazado.

Los del trazado largo, que no terminaron, en cambio, adquirieron una experiencia, conocieron unas situaciones, las respuestas y comportamientos de su propio cuerpo ante el cansancio acumulado, ante el transcurso de las horas, aprendieron a tolerar el sufrimiento, adquirieron un enfoque que antes no tenían.

Meses después, los que en su momento no habían concluido ese trazado largo pudieron ver cómo su horizonte se había ampliado hasta límites antes insospechados, concluyendo exitosamente, y sin ningún problema, otras carreras a priori inalcanzables.

¿Qué había cambiado? ¿Qué cambio había producido ese frustrado intento, ese reto inalcanzado? Había ampliado la zona de confort.

Al salir de la zona cómoda, incluso habiendo fracasado, habían adquirido unas habilidades que les permitían moverse como si estuvieran en su zona cómoda, aunque de hecho estaban en un lugar que antes quedaba fuera de esa zona.

¿Qué tiene esto que ver con el ejercicio de la abogacía? En realidad, nada. Tiene que ver con la actitud, con cómo enfrentamos los retos, y esto último sí tiene mucho que ver con el ejercicio de la abogacía.

Sucede con frecuencia que leemos resoluciones en las que se da una respuesta no esperada, distinta a la habitual, a una cuestión determinada. Cuando esto pasa, de una lectura de esa resolución, del orden de sus planteamientos, cuando ya todo lo que había que probar se da por probado, y cuando el argumento está perfectamente hilado, cualquiera opinará que, evidentemente, siendo ese el planteamiento, la respuesta era, obligadamente, la que se obtiene.

La diferencia entre el abogado que planteó así el asunto y los que no lo hicieron estriba, según yo lo veo, en una diferente manera de mirar, en una forma distinta de plantear el asunto.

Habría sido fácil, por ejemplo, para el abogado que dirigió el asunto que desembocó en la Sentencia López Ostra contra España decirle a su clienta que no había una norma en derecho positivo que la amparara, y que no era viable la reclamación que planteaba.

O al abogado que dirigió el asunto que desembocó en la sentencia sobre la ilegalidad del sistema de oposición a la ejecución hipotecaria en el derecho español, también le habría resultado muy fácil no complicarse la existencia en exceso y decirle a su cliente que eso era lo que la Ley establecía y que contra la Ley no se puede luchar.

O al primer abogado que pretendió la eficacia horizontal de las directivas.

O al que planteó que una persona jurídica tenía derecho al honor.

¿Qué tienen en común? Que arriesgaron, que salieron de la zona cómoda, del “esto es así porque siempre ha sido así”, y contemplaron los asuntos desde un punto vista novedoso, obteniendo, al final, el resultado que pretendían por un camino diverso al habitual.

Pudieron haber perdido esos pleitos como, sin duda, otros pleitos arriesgados se han perdido. Bien, en esos casos sencillamente habría sucedido lo esperado, el resultado previsto.

Pero cuando uno de esos planteamientos novedosos y creativos triunfa, cuando prospera, el cliente logra el resultado deseado y a priori inalcanzable. Y el Derecho avanza.

Y esta profesión va de eso.

 

 

Pablo Sánchez

Abogado

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